La sobrecogedora impresión que causa y el impacto en el alma que se siente al entrar a la Madelaine, recordar viejas historias aprendidas y no olvidadas. Descubrir que el silencio, la emoción y las lágrimas se aúnan para lograr que uno se sienta pequeño en esa inmensidad cálida y acogedora, son sentimientos y emociones que no se pueden transmitir con palabras. Hay que estar allí, verlo, sentirlo, palparlo, respirar ese ambiente de santidad y respecto de sus imágenes, el respeto y la emoción de quienes tuvieron a su cargo volcar en el mármol, la pintura, la madera, el mosaico, el hierro o el yeso, todo eso que cuando lo vez te habla en silencio, parece que te escucha, entiende tu mudo lenguaje y tus sentimientos. Acercarte a su altar mayor y admirar con los ojos muy abiertos, sorprendidos por el impacto de esa imagen de La Magdalena en mármol blanco, rodeada y custodiada por ángeles y que parece abarcarlo todo bajo el lucernario y los frescos que la rodean y todo lo demás, por muy bello y esplendoroso que sea, pierde sentido ante la sencillez y la humildad que trasmite La Magdalena.
Fuente: http://viajeros.minube.com/martapilar
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